“En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”. (Lc 3,15-16.21-22)
“El relato evangélico del bautismo de Jesús, que hoy hemos escuchado según la redacción de san Lucas, muestra el camino de abajamiento y de humildad que el Hijo de Dios eligió libremente para adherirse al proyecto del Padre, para ser obediente a su voluntad de amor por el hombre en todo, hasta el sacrificio en la cruz. Siendo ya adulto, Jesús da inicio a su ministerio público acercándose al río Jordán para recibir de Juan un bautismo de penitencia y conversión. Sucede lo que a nuestros ojos podría parecer paradójico. ¿Necesita Jesús penitencia y conversión? Ciertamente no. Con todo, precisamente Aquél que no tiene pecado se sitúa entre los pecadores para hacerse bautizar, para realizar este gesto de penitencia; el Santo de Dios se une a cuantos se reconocen necesitados de perdón y piden a Dios el don de la conversión, o sea, la gracia de volver a Él con todo el corazón para ser totalmente suyos. Jesús quiere ponerse del lado de los pecadores haciéndose solidario con ellos, expresando la cercanía de Dios. Jesús se muestra solidario con nosotros, con nuestra dificultad para convertirnos, para dejar nuestros egoísmos, para desprendernos de nuestros pecados, para decirnos que, si le aceptamos en nuestra vida, Él es capaz de levantarnos de nuevo y conducirnos a la altura de Dios Padre. Y esta solidaridad de Jesús no es, por así decirlo, un simple ejercicio de la mente y de la voluntad. Jesús se sumergió realmente en nuestra condición humana, la vivió hasta el fondo, salvo en el pecado, y es capaz de comprender su debilidad y fragilidad. Por esto Él se mueve a la compasión, elige «padecer con» los hombres, hacerse penitente con nosotros. Esta es la obra de Dios que Jesús quiere realizar; la misión divina de curar a quien está herido y tratar a quien está enfermo, de cargar sobre sí el pecado del mundo”. (Benedicto XVI)
Hoy la Iglesia cierra el ciclo navideño con el Bautismo de Jesús.
Primero fue la encarnación de Dios en un pesebre.
Luego fue la Epifanía de Dios a la humanidad.
Ahora es la nueva Epifanía de Jesús como “Hijo amado, predilecto del Padre”.
Cinco experiencias unidas:
Un bautismo general que lo hace solidario con los pecadores.
Un Jesús orante mientras es bautizado.
El cielo que se abre.
El Espíritu Santo que lo ilumina.
La confesión del Padre que lo reconoce como el Hijo amado.
El bautismo no es un simple rito en el que se
nos derrama agua en la cabeza.
El Bautismo es una experiencia
que solo se puede vivir en oración.
El Bautismo es llenarnos del Espíritu Santo.
El Bautismo es la experiencia de nuestra filiación divina.
En el bautismo quedamos marcados y sellados por la experiencia
de nuestro nuevo Padre: Dios.
De un nuevo amor que va más allá del amor de los padres.
Es la experiencia de la alegría de Dios de vernos
nacer a su vida divina.
Es la experiencia de un nuevo rostro de Dios.
Es la experiencia de un Dios que es Padre.
Es la experiencia de una nueva religión: la del amor.
Es la experiencia de un nuevo modo de vivir: como hijos.
Es la experiencia de un nuevo hogar: todos hermanos.
Ser cristiano es mucho más que saber que nos bautizaron con agua.
Ser cristiano es vivir la experiencia de sentirnos
solidarios con todos los pecadores.
Ser cristiano es vivir la experiencia
de sentirnos habitados por el Espíritu Santo.
Ser cristiano es vivir la experiencia
de sentirnos amados y predilectos de Dios.
Ser cristiano es vivir la experiencia festiva
de una religión de amor y no de la ley.
Ser cristiano es vivir la experiencia de
la nueva “imagen y semejanza” con Dios.
Cuando nacemos todos buscan nuestros parecidos:
Se parece a su padre.
Se parece a su madre.
Y ¿cómo no? también hay que darles algo a los abuelos.
Y esperemos que alguien no se le ocurra
buscar parecidos con los primos.
Cuando Dios nos creó también hizo algo parecidos:
“Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra”.
Ahora en el Bautismo hay una nueva semejanza:
el Espíritu nos hace hijos amados y predilectos de Dios.
Llevamos la imagen creacional de Dios.
Llevamos la imagen bautismal de Dios.
Llevamos dentro toda una sinfonía de amor y de gracia.
Lo importante en nuestra vida es tener:
Una experiencia fundamental.
Una experiencia esencial.
Una experiencia que nos condicione.
Una experiencia que sea el punto de
referencia de nuestras vidas.
Y esta experiencia no es otra que la de:
Sentirnos hijos de Dios.
Sentirnos los amados y predilectos de Dios.
Sentir que, alguien nos ama de verdad.
Sentir que, para alguien somos importantes.
Sentir que, para nosotros, vivir es ser amados y amar.
Queridos hermanos y hermanas:
¿qué acontece en el Bautismo que en breve
administraré a vuestros niños?
Sucede precisamente esto: serán unidos de modo profundo
y para siempre con Jesús, sumergidos en el misterio
de su potencia, de su poder, o sea, en el misterio de su muerte,
que es fuente de vida, para participar en su resurrección,
para renacer a una vida nueva.
He aquí el prodigio que hoy se repite también
para vuestros niños: recibiendo el Bautismo
renacen como hijos de Dios,
partícipes en la relación filial que Jesús tiene con el Padre,
capaces de dirigirse a Dios llamándole con plena confianza:
«Abba, Padre». También sobre vuestros niños el cielo
está abierto y Dios dice: estos son mis hijos,
hijos de mi complacencia.
Introducidos en esta relación y liberados del pecado original,
ellos se convierten en miembros vivos del único cuerpo
que es la Iglesia y se hacen capaces de vivir en plenitud
su vocación a la santidad, a fin de poder heredar
la vida eterna que nos ha obtenido la resurrección de Jesús”.
(Benedicto XVI)
Clemente cp.